Historia de Aranjuez
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Aranjuez es un municipio de la Comunidad de Madrid cuyo término se encuentra atravesado por los ríos Tajo y Jarama. Es uno de los Reales Sitios de la Monarquía española desde que Felipe II así lo nombrara en 1560 y posee además el título de Villa desde 1899. Por ello, también es conocido como Real Sitio y Villa de Aranjuez.
La historia del Real Sitio y Villa de Aranjuez comienza con el reinado de Fernando el Católico. A partir de ese momento, Aranjuez conseguirá ir adquiriendo entidad propia.
Los Austrias
Los primeros Habsburgos españoles asentaron la itinerante corte castellana en el centro peninsular. Entre Toledo y Madrid, Aranjuez fue frecuente refugio del incansable emperador Carlos V. Pero correspondió a Felipe II idear, en torno a la nueva capital de España, un sistema de Reales Sitios en cuya variedad resolvería sus necesidades personales y las representativas de su estatus internacional. En estos Sitios, el metódico rey ensayó la arquitectura y la ordenación del territorio que simbolizarán el nuevo Estado, moderno y centralizado, que se propuso construir. El Escorial y Aranjuez fueron las empresas en que puso más empeño. El primero asumía la carga simbólica, el peso del conocimiento, la religión y el poder en el gobierno del mundo; el segundo, el acercamiento a la naturaleza, su ordenación y su dominio por el hombre según los cánones del humanismo cristiano. Y también el lugar de lo privado y personal, del individuo hogareño amante de las flores.
La fama del Aranjuez felipino trascendió las fronteras europeas. Sus sucesores la mantuvieron en un contexto cortesano de grandes cacerías y magníficas fiestas, que irían decayendo junto con la propia monarquía. Durante estos siglos (XVI y XVII), el Real Sitio y Villa de Aranjuez continuó siendo una dehesa en que estaba expresamente prohibido el asentamiento de población, un palacio inacabado con un pequeño retén de sirvientes, entre fantasiosos jardines y bosques repletos de caza.
Los Borbones
La nueva dinastía francesa provenía de una tradición semejante de residencias reales en torno a la capital, pero ajena a la crónica penuria de la hacienda española. Los primeros gobernantes agudizaron el centralismo administrativo, que reforzó la importancia cortesana del entorno de Madrid. Ante el estado de abandono de jardines y huertas, incendios y ruinas de palacios, se inició una campaña de reconstrucción y creación de nuevos lugares a la sombra de los riquísimos ejemplos franceses.
Aunque ya Felipe V de España inició esta restauración, los reyes enamorados de Aranjuez fueron Fernando VI de España y su esposa Bárbara de Braganza. Ellos devolvieron al Real Sitio el esplendor del pasado, en estrecha relación con las modas y gustos del último barroco italiano. Su pacífico reinado fue en Aranjuez una sucesión de fiestas deslumbrantes, para las que el rey soñó una ciudad cortesana populosa, cómoda y alegre. Derogó la prohibicón de asentamiento y levantó la Nueva Población, que en pocos decenios pudo alojar a varios miles de residentes, multiplicados en épocas de Jornada. Esta población fue el soporte que permitió a su sucesor Carlos III de España concebir Aranjuez como uno de sus modelos ideales de desarrollo y bienestar social para la Nación. La ciudad y su territorio se convirtieron en campo experimental de las ideas fisiocráticas, agrícolas, ganaderas, científicas y sociales que activarían el progreso desde la perspectiva ilustrada. Carlos IV de España también amó Aranjuez como su tío Fernando, pero en las circunstancias mucho más agitadas del fracaso ilustrado, la Revolución francesa y la amenaza napoleónica. El ambiente culto, galante e intrigante que rodeó su reinado acabó tristemente en el Motín de Aranjuez, el hecho histórico más señalado de los acaecidos en el Real Sitio. Para muchos, el fin del Antiguo Régimen en España. Tras la ocupación francesa, el Aranjuez decimonónico fue fiel reflejo del reino: un país estancado en luchas intestinales al margen de la progresiva vitalidad europea. El trasnochado absolutismo de Fernando VII de España apenas pudo reparar los desastres de la francesada, preparando el agitado reinado de Isabel II de España el último gran episodio cortesano de Aranjuez. La reina fue asidua del Real Sitio, acompañada de una pléyade burguesa y arribista que dio un nuevo color de modernidad y eclecticismo. Su caída puso punto final al protagonismo de la Corona en la historia ribereña.